Casi un año ha pasado desde que Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado pisaron el suelo del Velódromo Municipal de la ciudad de Montevideo por última vez. En aquella ocasión 14 mil personas se unieron en un pogo unánime, tratando de evocar de alguna manera, la época dorada de Los Redondos.
Indefectiblemente la figura del Indio Solari, y por consiguiente la de Los Fundamentalistas, estará eternamente ligada a esa banda que, aún hoy se erige como una joya irrepetible, una amalgama de poesía, rebeldía y surrealismo.
No es la misa, ya no está su sacerdote y hay experiencias que jamás volverán a repetirse, pese al afán de las masas de no querer soltar aquello que una vez los amarró para toda la eternidad. Aquella nostalgia que, lejos de ser forzada, fluye natural y perdura en el tiempo como un testamento eterno a la magia del rock en español.
La culpa no es de los astros ya
Apenas pasadas las 20 horas, Spuntone Y Mendaro se despacharon con lo mejor del repertorio del rock uruguayo. Poco a poco, y al canto de “Vamo’ lo redooo”, la gente comenzaba a ocupar el espacio. Entre cervezas y cánticos, el fresco de la noche que apenas caía, comenzó a disiparse. Llegaron las 21 horas y la ansiedad parecía que le iba ganando a las ganas. Cerca de siete mil personas se concentraron principalmente en el predio cercano al escenario, mientras las gradas, permanecían vacías.
Bajo el manto estrellado de la noche, la conciencia del tiempo se desvaneció cuando los Fundamentalistas del aire acondicionado tomaron el escenario. Como un rugido ancestral, un cántico desenfrenado se alzó desde el público, un eco eterno que evocaba, nuevamente a los Redondos. El aire, antes liviano y transparente, se densificó con la electricidad de una comunión que trascendía lo terrenal.
De pronto, y en el mismo instante en que las luces del escenario se encendieron, comenzaron a sonar los primeros acordes de “Nike es la cultura”. Pero en ese rito sagrado, los acordes ya no se convirían en plegarias. El ambiente se volvió denso, como si la esencia misma de la rebeldía y la poesía estuviera tejida en cada partícula de aire. Las notas, como hechizos, conjuraron una espiral de emociones que envolvió a los presentes en un éxtasis colectivo.
En medio de esa noche cargada de misterio, la esencia de esos tiempos se fundió con el palpitar del público, creando una sinfonía de caos y éxtasis. Entre las sombras de la escena iluminada, el rostro de Pablo se erguía con una seriedad imperturbable. Sus ojos, como ventanas al pasado, reflejaban la profundidad de los años vividos y la experiencia acumulada. Como un oráculo silencioso, parecía anticipar el desborde que aguardaba en las entrañas de la música.
Un Susurro que Se Desvanece en la Noche
Desde la penumbra del escenario, una presencia se materializó, una sombra lejana que pronto reclamaría su lugar en el corazón del público. El Indio Solari, distante en apariencia, comenzó su invocación desde la periferia, como un eco que se deslizaba en las brisas nocturnas. Inicialmente desapercibido, su voz se filtraba en el aire, tejida con hilos de magia que pronto envolverían a todos.
La melodía de “Un Ángel para tu Soledad” resonó como un bálsamo para los espíritus errantes. La voz del Indio, suave como la caricia del viento, ofreció consuelo a los corazones solitarios.
Con el título mismo como un mantra sanador, la gira “Amar… Sanar” fue un viaje transcendental. La voz del Indio actuó como un guía espiritual, llevando al público por un sendero de curación. En cada acorde, la promesa de un renacer, una conexión mística entre el artista y sus seguidores.
En “El Tío Jack”, la voz del Indio y su presencia virtual desde las pantallas, adquirió un tono más enérgico, como un llamado a la acción. La narrativa musical evocaba la rebeldía, invitando a la audiencia a unirse a la marcha de la resistencia. Una declaración de que, aunque lejano físicamente, su espíritu estaba presente en cada nota de desafío.
La cadencia hipnótica de “De las Ventajas de Caminar Dormida” creó una atmosfera onírica. Alli, la voz del Indio actuó como un guía en el mundo de los sueños, donde la realidad se difumina y los límites se desvanecen.
Con resonancias de protesta y unidad, “La Marcha que Les Debía” llevó su voz a nuevos niveles de fervor. Desde la lejanía, su mensaje se volvió imparable, una llamada a la acción que resonó en los presentes.
En el climax de la noche, “Flight 956” se convirtió en la epopeya musical que selló la conexión con la audiencia. La voz, ahora un rugido, atravesó la distancia y se fundió con la energía desenfrenada del público. Cada palabra, un eco que reverberaba en las venas de los presentes, transformándolos en pasajeros de un vuelo sin retorno.
Así, desde la lejanía hasta la inmersión total, el Indio Solari, a través de su voz, se hizo presente en cada rincón de la noche, escribiendo un capítulo etéreo e inolvidable en la historia de aquel concierto.
El Rito de Renacimiento con los Fundamentalistas
En la encrucijada entre la armonía y la tormenta, el teclado de Pablo trazaba su propia historia mientras entonaba “La pequeña novia del carioca”. El ambiente, ya denso como la neblina de un sueño, parecía vibrar con las notas melódicas que tejían una narrativa de amor y misterio. Sin embargo, como en los giros impredecibles de un poema, la sinfonía se vio amenazada.
Fue entonces cuando la magia se desvaneció, y la realidad se tornó caótica. Aquellos que, liberados por el elixir del alcohol, perdieron el velo de la inhibición, se convirtieron en protagonistas de un clima turbio. Empujones, apretones, golpes; una furia desatada irrumpió la escena. Parecía como si la energía que flotaba en el escenario se elevaba, pero no encontraba su destino en aquellos que estaban atrapados en la vorágine de la desmesura.
Mientras la pequeña novia del carioca quedaba suspendida en un limbo sonoro, el público, ajeno al arte que se les ofrecía, se sumía en el descontrol. En ese instante, el concierto se convirtió en un dilema entre la creación sublime y la caída desgarradora, donde la música luchaba por encontrar su camino a través del caos que se desataba en las filas del público.
Pablo alzó la mano, pidiendo a los músicos que se detuvieran, y amenazó con irse del escenario. Con el semblante serio, y tras una pausa de unos breves minutos, volvió a sentarse al teclado para continuar con el show.
La melodía de la pequeña novia del carioca aún flotaba en el aire, suspendida entre el arte y la discordia, cuando las palabras de Pablo se convirtieron en faro en medio de la tempestad: “Estamos acá para disfrutarla y pasarla bien. Esto no está bien, rompe todo el mambo.”
La contundencia de su semblante transmutó nuevamente la energía de un nuevo ritual. No son Los Redondos, no es El Indio Solari, son los Fundamentalistas del Aire Acondicionado que cargan en sus espaldas los fantasmas de una leyenda.