San Francisco tiene su mística. Cuando la helada bruma del ártico envuelve la ciudad, el presente se disipa y las voces del ayer susurran la psicodelia de los años del flower power.
En la intersección de Geary Blvd y Fillmore Street, resiste, el legendario The Fillmore. El mismo auditorio donde Janis Joplin o Jefferson Airplane comenzaran a forjar el mito; y por el que pasaran artistas como Aretha Franklin, Deep Purple o Jimi Hendrix.
Historia de la música y los movimientos contraculturales, de luces púrpuras y estampas multicolores; donde el viernes a la noche, como si de una epifanía se tratase; se presentó misteriosa e impredecible, Vanesa Martín.
Los instantes congelados
“Nos quedó irnos de viaje, compartir locuras nuevas”, se escuchó la voz clara y directa; y la vibración envolvió el Fillmore.
Entre la mirada ansiosa y el torbellino emocional que se mezclaba con el humo blanco, apareció el perfil de Vanesa, con el rostro semicubierto, y la intención alerta.
El estilismo no pudo ser más adecuado. Una parca negra y púrpura que usara en el concierto de Miami, y que con los focos transversales, dibujaba figuras en el aire.
Y el hechizo se conjuró…
La capucha cayó violenta, dejando ver el pelo semi recogido que apenas acariciaba los hombros.
La mirada oscura y penetrante de Vanesa interceptaba uno a uno a quienes tenía a escasos metros de sí. La noche se abría paso con ‘Inventas’.
A la derecha, una niña de cuerpo pequeño y sueños altos, se alzaba por encima de unos brazos delgados pero firmes, capaces de albergar las ilusiones más puras, en forma de rizos rubios.
Vanesa lo entendió al instante. Inclinó su cuerpo hacia adelante para tirarle un beso, sonriendo “con la alegría de quien vuelve a empezar, y con las ganas del que ya sabe”– cómo diría más tarde.
Caminó lento, leyendo la reacción, buscando el juego de ida y vuelta que se produce en cada escenario.
La tracklist siguió ordenada con ‘Te has perdido quien soy’, entre humo y luces azules, que hacían que sus joyas cegaran a instantes. Vanesa se lleva la mano al pecho para luego apretar el puño contra su vientre en un gesto sentido. Mientras en otro tiempo, una noche como esa, Janis Joplin rasgaba su garganta con una soledad que le salía de las entrañas.
El Fillmore también tiene esas cosas. Hay recuerdos en forma de energía que rondan sus cuadros y se pasean por las tablas, esas en la que unos días atrás, Vanesa dejaba huella.
Sentirme dueña del mundo en tus brazos
Él la abraza por detrás mientras ella, con la mirada fija en el escenario, deja caer lentamente la cabeza en su hombro. Él, con la sangre aprisa y la intención marcada, le acaricia la mejilla y al instante, ella voltea su rostro para encontrar la mirada.
Unos metros más adelante, Vanesa con su guitarra interpreta ‘De tus ojos’. La pareja se abstrae, él vocaliza cada vez más como si en el gesto, la intención se multiplicara. Ella lo interrumpe para fundirse en un beso apasionado.
En el otro extremo, una chica busca refugio en los brazos de su novia, mientras ésta dibuja norias en sus rizos rabiosos. Y un poco más adelante, dos chicas se besan mientras se rodean la cintura y sus cabellos se enredan. La vida también es este instante eterno que sucede entre acordes.
La música abre portales inexplicables, y la voz de Vanesa guía las almas más allá del propio entendimiento. En ese mismo instante, la nota se le anuda en la garganta, y con un rápido giro hacia su costado para alejarse del micrófono, deja que sus dedos finalicen lo que la voz no quiso.
“When you’re by yourself you get that silent noise Inside your mind” cantaba Grace Slick, sobre ese mismo escenario, treinta y tres años antes. Quizá, tan solo sea, mera coincidencia.
“Hay canciones que sirven para rescatar personas, vivimos a veces muy a prisa y no somos conscientes de una mirada, una caricia, pararnos a ver o a entender lo que nos están contando.
Es increíble pero necesario para saber qué estamos pisando y que somos consecuentes con lo que hemos elegido vivir”. Estas palabras introducían la fiesta del tu tú.
Una canción que bien podría ser la fotografía de varios de los momentos que esta mirada rescató de la noche. De instantes congelados y caricias al alma.
O de la mirada de Vanesa, que tras el delineado grueso y el aliento que por momentos se le agolpaba en la garganta, sin saberlo, esa noche supo rescatar.
“A veces la música te escuece dentro, y otras se convierte en magia, porque hay quien sabe hacer magia aunque nunca llegue a saberlo”, adelantó alguna vez y lo materializó en un puñado de almas que se dejaron los besos y abrazos a la vista unos pocos, que supimos verlo.
Y ante esa magia dejó su huella, junto a la de tantos otros grandes que han hecho historia entre esas paredes.
Una hora y media después, al finalizar ‘Y vuelo’, Vanesa recogía la rosa roja que anteriormente le arrojaran al escenario y se perdía en la oscuridad del Fillmore.
“Ni lo tuyo ni lo mío tal vez llegue a ser destino. Y seguimos gravitando cada uno en su camino”, quedó haciendo eco entre sus paredes.