Bob Dylan siempre ha sido un camaleón musical, pero en “Street-Legal” (1978) nos encontramos con una de sus transformaciones más discutibles. Este álbum representa el punto donde la teatralidad amenaza con devorar la sustancia, donde el poeta laureado del rock parece más preocupado por el espectáculo que por la profundidad.
La producción, a cargo de Don DeVito, es quizás el talón de Aquiles más evidente del disco. El sonido inflado de la época disco se infiltra de manera incómoda, con una mezcla saturada que ahoga la voz de Dylan en un mar de saxofones estridentes y coros gospel que suenan más a Las Vegas que a Greenwich Village. Es como si alguien hubiera intentado vestir a un poeta callejero con un traje de lentejuelas.
“Changing of the Guards”, el tema apertura, ejemplifica la dicotomía del álbum. La letra es puro Dylan en su máxima expresión simbolista, con imágenes apocalípticas y referencias místicas entretejidas en una narrativa críptica. Pero la instrumentación grandilocuente, con sus metales persistentes y coros dramáticos, compite constantemente con la narrativa en lugar de servirla.
“Señor (Tales of Yankee Power)” emerge como uno de los momentos más logrados, donde la producción excesiva paradójicamente funciona a favor de la atmósfera cinematográfica de la letra. Es un corrido dylaniano que fusiona el southwestern gothic con la paranoia política, recordándonos por qué incluso un Dylan descarrilado sigue siendo más interesante que la mayoría de sus contemporáneos.
Sin embargo, temas como “New Pony” y “We Better Talk This Over” sufren de arreglos que parecen salidos de un cabaret de medio pelo. La banda backing, aunque técnicamente competente, suena como si estuviera tocando para un show de Las Vegas, despojando a las canciones de la urgencia y la intimidad que su contenido lírico demanda.
Las letras, cuando logras descifrarlas entre la densa producción, mantienen la capacidad de Dylan para la narrativa enigmática y la observación mordaz. “Is Your Love in Vain?” ofrece un retrato cínico del amor que provocó acusaciones de misoginia en su momento, pero que hoy se lee más como un ejercicio de honestidad brutal típicamente dylaniana.
El problema fundamental de “Street-Legal” no es que sea un mal álbum (Dylan difícilmente podría hacer uno) sino que representa un momento de confusión artística donde el artificio amenaza con eclipsar la autenticidad. Es el sonido de un artista tratando de adaptarse a una era que no le quedaba bien, como un traje mal cortado.
La ironía es que este álbum, con toda su producción excesiva y su ambición teatral, termina siendo menos dramático y convincente que trabajos anteriores más austeros como “Blood on the Tracks”. A veces menos es más, incluso para un maximalista lírico como Dylan.
Para el fan casual de Dylan, “Street-Legal” puede ser perfectamente salteable. Para el aficionado serio, es un fascinante estudio de caso de cómo incluso los más grandes artistas pueden perderse en la traducción de sus visiones. Es un álbum que merece ser escuchado, aunque sea solo para entender por qué no funciona del todo.