Songs Of A Lost World: El Ocaso Inmaculado de The Cure

Hay algo obscenamente hermoso en contemplar la muerte cuando aún no nos ha llegado. Robert Smith lo sabe, y en Songs Of A Lost World convierte esa fascinación morbosa en el acto más honesto de su carrera: una exploración implacable del “existential despair” que acompaña al envejecimiento, donde cada canción funciona como un epitafio anticipado. Después de dieciséis años de silencio discográfico (una eternidad en tiempos de sobreproducción musical), The Cure regresa no con la energía renovadora que cabría esperar, sino con la elegancia lúgubre de quien ha aprendido que la única sinceridad posible es la que mira de frente al abismo.

Songs Of A Lost World se despliega como un testamento sonoro, con apenas ocho canciones que se extienden durante 49 minutos, cada una de ellas construida con la parsimonia de quien ya no tiene prisa por llegar a ningún lugar. Es también el primer álbum de estudio que presenta al guitarrista Reeves Gabrels, cuya presencia aporta una textura adicional sin traicionar la arquitectura sonora que Smith ha perfeccionado durante décadas.

La apertura con “Alone” establece inmediatamente el tono: seis minutos y cincuenta segundos de melancolía densa, donde los acordes se arrastran como pasos sobre hojas muertas. No hay concesiones al gancho comercial ni gestos de cortesía hacia las expectativas del público. Smith ha llegado a esa edad en la que los artistas se permiten ser completamente sí mismos, sin las máscaras de la juventud ambiciosa o la madurez calculada. A diferencia de “4:13 Dream” (2008), que sonaba como los grandes éxitos de The Cure sin los éxitos, este álbum se presenta como una síntesis genuina, donde la familiaridad no deriva de la repetición sino del refinamiento.

La producción, sin embargo, revela algunas grietas. Aunque Smith mantiene su dominio sobre la atmosfera general, ciertos pasajes sufren de una reverberación excesiva que diluye la precisión emocional que caracteriza sus mejores trabajos. En “A Fragile Thing”, por ejemplo, la delicadeza del título se ve comprometida por capas instrumentales que crean una sensación de saturación que contradice la vulnerabilidad de la propuesta.

La Anatomía del Desasosiego

El álbum incluye temas como “And Nothing Is Forever”, “Warsong”, “Drone:NoDrone”, “I Can Never Say Goodbye”, “All I Ever Am” y el extenso “Endsong”. Cada uno explorando diferentes matices de la pérdida y la transitoriedad. “Warsong” emerge como una de las piezas más logradas, donde la tensión rítmica se sostiene sin recurrir a la grandilocuencia, mientras que “Drone:NoDrone” juega con contrastes dinámicos que recuerdan al mejor Cure de los ochenta, pero filtrado a través de la sabiduría (y el cansancio) de la experiencia.

Sin embargo, es en “Endsong” donde el álbum encuentra su momento más arriesgado y, paradójicamente, más problemático. Con más de diez minutos de duración, la canción se extiende llena de atmósferas y melancolía en una semi balada donde Robert desnuda su alma. La ambición es admirable, pero la ejecución revela los límites de la fórmula: cuando Smith intenta sostener la intensidad emocional durante tanto tiempo, el resultado oscila peligrosamente entre lo hipnótico y lo repetitivo. No todos los silencios son profundos, y no toda extensión equivale a profundidad.

La temática central del álbum gira en torno a la mortalidad y el paso del tiempo, pero Smith evita la autocompasión fácil para adentrarse en territorios más complejos. Es un disco sobre finales, sobre pérdida y dolor, sobre los compromisos y confusiones que se adhieren a una persona mientras se mueve por la vida. La honestidad es brutal, pero también selectiva: Smith elige cuidadosamente qué aspectos de su vulnerabilidad revelar, construyendo una intimidad que nunca se siente completamente desnuda.

La comparación con Disintegration (1989) es inevitable, pero también injusta. Aquel disco capturaba la angustia de la juventud que se despide de sus certezas; este explora la serenidad perturbada de quien ya ha perdido la mayoría de sus ilusiones.

La Paradoja del Perfeccionismo Tardío

El álbum recibió aclamación, con elogios particulares por las letras, el sonido oscuro, y las vocales de Smith, y es fácil entender por qué. Técnicamente, Songs Of A Lost World es impecable: cada instrumento ocupa su lugar preciso, cada silencio está calculado, cada crescendo llega en el momento exacto. Pero esa perfección formal también funciona como una limitación. El álbum es tan consciente de sí mismo, tan deliberadamente artístico, que ocasionalmente se siente más como un ejercicio de estilo que como una necesidad expresiva urgente.

Smith ha perfeccionado su fórmula hasta el punto donde cada elemento es predecible, incluso cuando es hermoso. La melancolía se despliega con la elegancia de una partitura bien ensayada, pero raramente sorprende. Tal vez sea efectivamente el disco más triste de The Cure debido a las distintas situaciones que el artista tuvo que sufrir mientras lo componía, pero esa tristeza se presenta filtrada a través de décadas de experiencia en convertir el dolor en arte, lo que le resta inmediatez emocional.

Songs Of A Lost World funciona mejor cuando se acepta como lo que es: no un regreso triunfal, sino una despedida elegante. Smith ha llegado a esa etapa de la carrera donde la relevancia cultural es menos importante que la coherencia artística, donde cada disco puede ser potencialmente el último. En ese contexto, este álbum cumple su propósito con dignidad notable, ofreciendo una síntesis madura de todo lo que The Cure ha representado durante más de cuatro décadas.

Los defectos (la ocasional autoindulgencia, ciertos pasajes sobrecargados, la predecibilidad de algunas progresiones) se vuelven secundarios ante la contundencia del conjunto. Smith no intenta competir con artistas más jóvenes ni adaptarse a tendencias contemporáneas. En cambio, profundiza en su propio universo sonoro hasta encontrar nuevos matices en territorios ya explorados.

Si este fuera efectivamente el último álbum de The Cure, sería una conclusión apropiada: ni el mejor de su discografía ni una decepción, sino un final que honra tanto los logros pasados como la inevitabilidad del tiempo. Songs Of A Lost World ofrece algo valioso y más raro: la sabiduría de saber cuándo la perfección radica no en cambiar, sino en profundizar.