Los Piojos y un ritual de despedida en La Plata: fuego, nostalgia y promesas de más

Los Piojos

Los Piojos sellaron su segunda noche en La Plata | Foto: instagram lospiojosoficial

La Plata fue, una vez más, el epicentro de un ritual que trasciende el tiempo y las modas. Un Estadio Único colmado se sumergió en la segunda noche del regreso más esperado del rock argentino: Los Piojos, en la antesala del cierre definitivo de esta serie de shows históricos. Lo que comenzó como una reunión para reencontrarse con su público tras más de una década de ausencia se transformó en una auténtica celebración piojosa que, con cada acorde, refuerza la sensación de que esto no se termina acá.

Desde el arranque, la banda dejó en claro que el fuego sigue encendido. “Esquina Libertad” fue el primer mazazo de la noche, ese himno de Verde Paisaje del Infierno (2000) que, con su su groove barrial, funciona como una invitación a la fiesta. Sin dejar respiro, encadenaron “Motumbo” y “Fantasma”, una tríada explosiva que convirtió el campo en un hervidero de saltos y abrazos entre desconocidos.

Pero lo que marcó la noche no fueron solo los clásicos, sino también las sorpresas. Julieta Rada, la voz del soul rioplatense, se sumó para interpretar “Amor de Perro”, un tema que en su versión original contó con Mimi Maura. La elección no fue caprichosa: Rada aportó un matiz distinto, una cadencia más cercana a la música negra, elevando el momento con una química sutil pero efectiva junto a Andrés.

El ritual piojoso no solo es fiesta y pogo, también es memoria. A mitad del show, las pantallas proyectaron imágenes de Gustavo “Tavo” Kupinski, aquel guitarrista silencioso y talentoso que se convirtió en un emblema dentro del grupo. Su versión de “Sudestada”, acompañada en vivo por Andrés, Piti Fernández y Dani Buira, generó uno de los momentos más emotivos de la noche. Para cerrar ese tributo, se sumó Matías Kupinski, hermano de Tavo, en un gesto que selló un instante de hermandad entre la banda y su público.

Pero el homenaje no terminó ahí. Antes de que sonara “Máquina de Sangre”, las pantallas volvieron a encenderse, esta vez con imágenes inéditas de la banda en su juventud, junto a Kupinski y también con Miguel Ángel “Mickie” Rodríguez, el bajista original que decidió no formar parte de este regreso. Su aparición generó un murmullo en el estadio, inevitablemente vinculado a la controversia en redes que se desató cuando la banda anunció su vuelta sin él.

El fuego de siempre

Cuando la emoción dio paso nuevamente al frenesí, la seguidilla de temas fue letal: “Luz de Marfil”, “Ruleta”, “Morella” y una versión enérgica de “Entrando en tu ciudad”, con Rodrigo Pérez (Ciro y Los Persas) como invitado en las guitarras. De ahí en más, la noche fue una máquina imparable de hits: “Chac tu chac”, “Ay Ay Ay”, “Quemado”, que derivó en un guiño a Sumo con “No te pongas azul”.

Sobre el final, otro de los grandes momentos de la noche: Emiliano Brancciari, de No Te Va Gustar, se sumó para cantar “Bicho de Ciudad”, una canción que parece hecha a la medida de la mística piojosa, con esa mezcla de nostalgia y desarraigo que atraviesa a generaciones enteras de fanáticos.

Cuando el estadio ya estaba rendido, el final tomó un camino inusual. En lugar de cerrar con el clásico “Finale”, la banda decidió leer las banderas al ritmo de “Arco II”, aquel instrumental hipnótico de Ay Ay Ay (1994) que, en este contexto, sonó como un presagio de que el ritual aún no termina.

Los Piojos volverán a pisar escenarios en Cosquín Rock y Quilmes Rock, y la pregunta que resuena entre los piojosos es inevitable: ¿esto es solo un reencuentro o el renacer definitivo? Si algo quedó claro en La Plata, es que la llama sigue intacta.