La Herejía Carmesí: Cuando King Crimson Desafió el Evangelio de los Rolling Stones

King Crimson teloneando a the rolling stones

Por un momento, el rey del rock and roll británico quedó destronado por un monarca carmesí que nadie vio venir.

El 5 de julio de 1969, Mick Jagger mordisqueaba nerviosamente el borde de su copa mientras la música se derramaba como un líquido extraño y viscoso desde el escenario del Hyde Park. No era el calor londinense lo que le hacía sudar. Tampoco la presión de su inminente concierto gratuito programado como tributo al recién fallecido Brian Jones, lo que tensaba sus músculos faciales hasta el espasmo. Era, simple y llanamente, la confrontación con un sonido tan radicalmente diferente que desafiaba todo lo establecido hasta entonces en el rock británico. Es fácil visualizar a Jagger y Richards intercambiando miradas de asombro, como testigos involuntarios de una revolución musical que cuestiona.

Sobre el escenario, como un Saturno devorando a sus hijos, King Crimson ejecutaba los compases finales de 21st Century Schizoid Man, destripando en el proceso no solo los límites de la música rock, sino las pretensiones de grandeza de los autoproclamados príncipes de la contracultura británica. La banda había sido invitada como telonera casi por accidente; un favor a un viejo amigo que terminó convirtiendo el homenaje a Jones en el funeral anticipado de una era musical completa.

Robert Fripp (aquel asceta de la guitarra con aspecto de bibliotecario malhumorado) no había llegado a ese momento por casualidad. Dos años antes, mientras los Stones jugueteaban con el psicodelismo superficial de Their Satanic Majesties Request, Fripp perfilaba en su mente una arquitectura musical sin precedentes. Lo que Stockhausen había hecho con la vanguardia académica, lo que Miles Davis estaba comenzando a explorar con el jazz, él lo haría con el rock. No bastaba con añadir sitares y efectos de flanger a las mismas estructuras Blues-rock de siempre. Era necesario desmantelar el edificio entero.

“Estábamos cansados de ser estafados”, confesaría años más tarde Greg Lake, reflexionando sobre los orígenes de King Crimson. Las diversas entrevistas y declaraciones de Lake a lo largo de los años revelan que la banda se formó con la intención de crear algo genuinamente nuevo, alejado de los clichés que predominaban incluso en las bandas consideradas innovadoras.

La formación inicial (Fripp, Lake, Ian McDonald, Michael Giles y el letrista Peter Sinfield) no encajaba en ningún esquema preestablecido. Ni hippies, ni mods, ni rockers. Eran algo más inquietante: técnicos obsesivos con la precisión de cirujanos y la ambición de megalómanos ilustrados. Un quinteto de inadaptados cultos que transformaron sus neurosis en una nueva gramática musical.

Tres meses antes del concierto de Hyde Park, en un sótano húmedo de Fulham, los miembros de King Crimson perfilaban lo que se convertiría en uno de los debuts más influyentes de la historia del rock: In the Court of the Crimson King. Mientras los Beatles se desintegraban lentamente en Apple Studios y los Stones planeaban su regreso a las raíces del blues, estos cinco hombres conjuraban un sonido que no tenía precedentes ni referentes claros. Las improvisaciones se convertían en estructuras complejas, las disonancias en nuevas armonías, el caos en orden matemático. Era el rock progresivo en estado puro, antes siquiera de que existiera el término.

En las entrevistas posteriores, Ian McDonald describiría las primeras sesiones de la banda como momentos de extraordinaria creatividad colectiva. Los testimonios de los miembros originales sugieren que desde el primer encuentro existió una química musical poco común que les permitió explorar territorios inexplorados del rock.

Aquellos ensayos generaron un considerable interés entre los pocos privilegiados que lograron escucharlos. Es conocido que Robin Thompson, ingeniero de sonido que grabó algunas de estas sesiones en un rudimentario equipo de cuatro pistas, abandonaría posteriormente su carrera en EMI. Podríamos imaginar que la experiencia de trabajar con un sonido tan innovador habría transformado su percepción de las posibilidades del rock, como quien descubre una nueva dimensión artística y ya no puede conformarse con lo convencional.

La Ejecución Pública de un Paradigma

En Hyde Park, Los Stones con sus credenciales de chicos malos cuidadosamente cultivadas, esperaban un tributo sombrío pero controlado para su exguitarrista. Habían invitado a King Crimson como un gesto de buena voluntad hacia un grupo emergente, quizás con esa condescendencia típica de los monarcas establecidos. Lo que no esperaban era ser destronados en su propio homenaje.

La actuación de King Crimson aquel día permanece como una de las grandes leyendas no documentadas del rock. No existe grabación oficial, solo fragmentos de testimonios contradictorios y mitologizados. Es fácil imaginar a los miembros de los Stones observando la actuación con una mezcla de admiración profesional y cierta inquietud. Podríamos visualizar a Charlie Watts, el sofisticado baterista de los Stones, estudiando con atención la técnica de Michael Giles, quizás reconociendo en su enfoque algo radicalmente distinto a lo que se estilaba en el rock de la época.

Lo que sí queda documentado es que, tras el concierto, Jagger se acercó a Fripp y le dijo algo al oído. Fripp, con su habitual parquedad, nunca ha revelado el contenido exacto de aquellas palabras.

Se sabe que Pete Townshend de The Who asistió como espectador al evento. Aunque no existen declaraciones directas sobre la reacción de los Stones, es posible imaginar el impacto que un sonido tan revolucionario habría tenido en músicos acostumbrados a definir ellos mismos las tendencias, no a seguirlas.

Tres meses después, en octubre de 1969, se publicaba In the Court of the Crimson King. La portada (aquel rostro distorsionado en un grito eterno) resultaba tan perturbadora como premonitoria: era el rock tradicional contorsionado hasta el espasmo, la expresión gráfica perfecta del contenido musical del álbum.

La reacción fue inmediata y desconcertante. Pete Townshend describió el álbum como “un Beethoven para la generación del ácido”. King Crimson había logrado algo extraordinario, algo que les obligaba a reconsiderar sus propias aproximaciones al rock.

El álbum representaba una síntesis imposible: la intensidad del hard rock, la complejidad del jazz, la grandilocuencia de la música clásica y la experimentación de la vanguardia. Pero lo más perturbador era que, a diferencia de tantos experimentos artísticos, funcionaba como un artefacto accesible. Era hermético y abierto simultáneamente, académico y visceral, calculado y espontáneo.

La Paradoja Carmesí

La ironía radica en que, mientras los Rolling Stones continuaron su reinado durante décadas, convertidos en la quintaesencia del rock establishment, King Crimson se fragmentaría apenas unos meses después de su debut triunfal. Lake abandonaría la banda para formar Emerson, Lake & Palmer. McDonald y Giles seguirían sus propios caminos. Solo Fripp permanecería, convirtiendo a King Crimson no en un grupo convencional, sino en una idea, un concepto en perpetua mutación.

“No pretendíamos crear una carrera, sino un momento de verdad”, explicaría Fripp en 1974, cuando ya iba por la tercera encarnación de la banda. “Y los momentos de verdad no están diseñados para perdurar”.

Esta filosofía explica tanto la grandeza como la limitada repercusión comercial de King Crimson. Mientras los Stones refinaban su fórmula hasta convertirla en un producto consistente y reconocible, Fripp se negaba sistemáticamente a repetirse. Cada álbum de King Crimson representa una ruptura con el anterior, un nuevo comienzo, un desafío tanto para los músicos como para la audiencia.