Fito Páez y una noche de redención en el corazón de Ciudad de México

Fito Páez durante su concierto en el Zócalo de la CDMX

Fito Páez durante su concierto en el Zócalo de la CDMX | Foto: Instagram fitopaezmusica

Eran las ocho de la noche y el Zócalo capitalino estaba encendido. Ochenta mil almas convocadas en la inmensidad de la plaza, esperando el regreso de un hombre que ya es una leyenda viviente del rock en español. Fito Páez apareció en el escenario con un suéter amarillo fluorescente y una capa roja ondeando al viento, como si fuese un personaje salido de una fábula latinoamericana.

“¡Qué gran honor, México! Por favor, ahorren energía, que la van a necesitar”, soltó el rosarino con esa mezcla de humildad y picardía que lo caracteriza. Se lo veía emocionado. Tenía una deuda pendiente con la ciudad: el concierto originalmente programado para septiembre del año pasado tuvo que ser pospuesto por un accidente doméstico que le dejó varias costillas fracturadas. Pero el sábado 18 de enero, Páez volvió y saldó la cuenta con creces.

El show arrancó con el himno absoluto: “El amor después del amor”, un arranque perfecto para una noche que se intuía épica. Desde el comienzo la multitud se entregó sin reservas. El setlist fue un recorrido por más de cuatro décadas de carrera, con esas canciones que ya forman parte del ADN de varias generaciones. “Yo vengo a ofrecer mi corazón” tuvo un recibimiento casi religioso, con la gente coreando cada verso como si se tratara de un rezo colectivo. “Tumbas de la gloria”, “Brillante sobre el mic” y “Un vestido y un amor” fueron algunos de los momentos más emotivos, dejando que la nostalgia hiciera su trabajo.

Páez no estuvo solo. Su banda, afiladísima, construyó una muralla sonora impecable. Diego Olivero (bajo, teclado y coros), Gastón Baremberg (batería), Juani Agüero (guitarra), Emme (coros) y la sección de vientos Sudestada Horns le dieron cuerpo a cada tema, con arreglos que reforzaban la épica de la noche.

México, Argentina y una plaza en llamas

Desde las primeras filas, una bandera argentina ondeaba con orgullo. Los seguidores de Fito, que han crecido con su música, se hicieron presentes con carteles, camisetas y hasta lágrimas en los ojos. Pero no solo estaban los fanáticos. También había quienes llegaron hasta ahí por curiosidad o por haber descubierto su historia a través de la serie biográfica “El amor después del amor” en Netflix. Páez no habló demasiado entre canciones, pero cuando lo hizo, fue contundente: “¡Está explotadísimo, qué hermosura!”.

La lista de temas siguió con clásicos como “Al lado del camino”, “Cadáver exquisito”, “Circo beat” y “Ciudad de pobres corazones”. Pero la verdadera locura llegó con “Mariposa tecknicolor”, ese himno que atraviesa épocas y fronteras. La plaza era un mar de brazos en alto, una euforia colectiva que se sentía en el aire.

Antes de despedirse, Fito tomó el micrófono una última vez: “Ciao, mis amores. ¡Qué noche inolvidable! Salud, dinero y amor para todo el mundo. Gracias por este gran honor”. Y con “Dale alegría a mi corazón”, selló la noche con un broche de oro.