“Bienvenidos a la república de la nostalgia”, sentenció la voz en off. Eran las 21:20 de una fría noche en el barrio cordón. Dentro, en el escenario ubicado en la Sala Magnolio, se respiraba la calidez de esas noches de verano, en las que te juntas con amigos a rememorar el camino transitado, en algún lugar de nuestra memoria.
Había algo de paisaje onírico que, inconscientemente, nos trasladaba a algún tiempo anterior. Las luces tenues, una sensación vívida pero lejana, un brotecito de alegría, la necesidad de resurgir.
Los recuerdos de un amor, y de aquella banda que surgió a principios de los 2000. Todo ello, mezclado con los focos azules y el humo blanco que brotaba a nivel del suelo, conformaban la fotografía de un show que estaba por comenzar.
Bambi apareció en escena acompañado por Cande Molina en la guitarra y Ludo Morell en batería. Refugiado tras su guitarra, entre alegre y escéptico, recorrió el lugar con su mirada y soltó los primeros acordes de ‘Parte’, el primer adelanto que lanzó el año pasado.
El suelo de la sala comenzó a vibrar y, sin darnos cuenta, estábamos transitando la ‘República de la Nostalgia’.
A medida que pasaba el tema, Bambi se iba soltando y también lo hacía la gente, que se animaba a arrimarse al escenario. Lo enganchó con ‘Uno’, mientras se llevaba las manos a su cabeza entre acordes y asentía con un gesto tímido a los que agitaban sus brazos en las primeras filas.
Trató de expresar más allá de la melodía. No eran sólo canciones, Bambi se presentó por primera vez en Montevideo y trajo un mensaje. Buscó el diálogo y la interacción, el entendimiento y la reflexión.
Poco a poco con sus canciones fue construyendo su espacio seguro, y arropándose de la cercanía de quienes coreaban sus canciones.
Hubo temas viscerales, hubo abrazos de amigos que recordaron alguna que otra historia a través de sus letras, algo de agite que rememoró momentos felices, y videollamadas. La ventaja de la tecnología que nos permite romper la barrera de la distancia. Anoche, en ese mismo momento, en alguna otra parte, hubieron otros que también estuvieron allí, a través de una pantalla y a través del recuerdo.
No fue solo nostalgia, no fueron solo historias, no fue la tierra de Morfeo que descendió esa noche sobre Montevideo. Había algo más que escapaba de su garganta y quería llegar a cada uno de los presentes. Como cuando se le iba la voz en ‘Cielo’ y se acercaba a la claridad sonora de Cande; como queriendo recuperar el centro y tomar impulso. O cómo cuando se quedó sin aliento en ‘Bambi’ y dejó que el coro de la gente lo secundara, devolviendo la letra en un sonido envolvente que auspició de caricia al alma.
De donde vengo
“Buenas noches Montevideo, esta es una canción de dónde vengo yo”– dijo para introducir ‘Loca’, la primera canción que cantó del disco ‘Obsesionario’, de Tan Biónica.
A lo largo de la noche, hubo espacio para un segmento de pedido de temas: algunos que días antes le habían solicitado por redes sociales, otros que surgieron en el momento en una total improvisación.
Temas suyos, de su época con Tan Biónica. Temas, que forman parte de su adn, como compositor y letrista.
A Gonzalo Moreno Charpentier, lo conocemos como “Bambi”, un apodo que conserva desde niño, que genera cercanía, recuerdos. Algo de nostalgia hay en él, en su historia, en su presentación y en la noche toda. Y no es solo el sentimiento, es algo más que, en una especie de epifanía, decidió llamar República.
De aquellos años hasta ahora, Bambi tuvo que transitar un largo camino. Se tuvo que “desarmar”, se quedó sin voz y volvió a encontrarla. Siempre fue el compositor de los temas de la banda, pero desde que decidió emprender su camino como solista, expuso su identidad. Cantar e interpretar lo que escribe lo llevó por caminos desconocidos, de exploración.
Ayer, de pie en la Sala Magnolio, y acompañado tan solo de su guitarra acústica, se presentó frágil, desnudo, pero también firme y seguro. Cantó ‘Lunita de Tucumán’, ‘El asunto’, ‘Pastillitas del olvido’, ‘Poema de los cielos’, y ‘Obsesionario en La mayor’.
No necesitó de una banda o el refugio de sus músicos porque tuvo el del público que lo acompañó en cada uno de ellos.
Y se soltó más. Se quitó el saco, tomó el micrófono, caminó de lado a lado y hasta bailó cuando los temas lo permitieron. Tomó una bandera uruguaya que le arrojaron, la extendió, se la colocó en los hombros emocionado y agradeció mucho. Se la pasó bien. En su rostro se leía el disfrute natural de expresar lo que sentía a través de su música. Buscó el diálogo y la interacción en todo momento, se filmó unos segundos con cada celular que le acercaron y notó hasta quienes bailaban en la última fila.
Tuvo una invitada, que pese a que se encontraba mal de la garganta y no pudo desplegar su calidad vocal como habitualmente lo hace, no se echó para atrás y lo acompañó en ‘Lo nuestro’. Para este tema de su disco ‘El encuentro’, que interpreta junto a Mon Laferte, contó con la compañía de Florencia Nuñez, que apareció sorpresivamente por el lateral izquierdo luego del estribillo.
La vida es ahora
Prácticamente a oscuras, arrodillado en el piso, con sonoridad neo folclórica y la voz rasgada, interpretó ‘Canción de los ruegos’. Una suerte de súplica con aires de esperanza. El último adelanto que lanzó de lo que será su próximo disco. Una interpretación tan poderosa como el mensaje que sentencia.
“Esta es una canción muy especial porque me ayudó mucho a salir de una situación pero me da mucho miedo cantarla”, dijo a modo de introducción. Y se produjo un silencio que caló hondo, un suspiro y la batería de Ludo que exaltó el mensaje.
“Me siento más aliviado hoy”, dijo al finalizarla; y el gesto facial acompañó la afirmación, casi como una premonición.
Más adelante, sobre el final de la noche dejó la guitarra, cambió su camisa, volvió a Tan biónica con ‘Mis noches de enero’ y soltó los temas con los que liberó definitivamente los cuerpos de los que fueron a verlo.
‘El ilusionista’ y ‘La melodía de Dios’ crearon una verdadera pista de baile.
Para finalizar, y luego de agradecer a Enemy, la banda telonera que abrió el show, a sus músicos, a la sala y la producción, simplemente dejó que sus canciones, una vez más, dieran el mensaje.
“No hay una forma de decir adiós, si todavía te espero”, fue lo último que se escuchó, y se fue marcando la sonrisa en la comisura de los ojos.
“Muchas gracias, estoy muy emocionado, no parece que fuera el primer show… Es como mi casa”, había dicho unos minutos antes y lo demostró en hora y media de show.