Anoche, el Estadio Centenario se convirtió en el epicentro de una experiencia musical y sensorial incomparable. El concierto de Roger Waters, el emblemático co-fundador de Pink Floyd, no fue solo un evento musical, sino una manifestación de resistencia y expresión artística.
Con una mezcla de clásicos de Pink Floyd y piezas de su carrera solista, Waters capturó la esencia de un viaje a través del tiempo. El cielo amenazante se convirtió en la perfecta metáfora de la carrera de Waters: intensa, polémica y profundamente emotiva.
El concierto comenzó con una advertencia contundente de Waters sobre sus posturas políticas, estableciendo el tono para un espectáculo donde la música se entrelazaba con mensajes sociales y políticos.
“Si eres de los que dicen: ‘Me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”
Desde el principio, Waters dejó claro que su música y sus convicciones políticas son inseparables. Sus advertencias a aquellos que rechazan sus posturas políticas, aunque pueden parecer abrasivas, son un reflejo de su integridad artística.
La defensa de los derechos humanos y la crítica a la guerra se hicieron presentes, proyectándose no solo en las letras, sino también en las impactantes visuales.
Bajo un manto de inquietud el público aguardaba en medio de la lluvia, una atmósfera que se intensificó con las primeras notas de “Comfortably Numb”. La aparición de Waters, vestido de médico, transformó la humedad y el frío en un crisol de emociones. La lluvia, en lugar de ser un obstáculo, se entrelazó con la música, creando una experiencia sensorial casi surrealista.
La interpretación de temas de “Radio K.A.O.S” y “Amused to Death”, junto con su canción pandémica ‘The Bar’, mostraron su habilidad para combinar lo personal con lo político.
Uno de los momentos más conmovedores fue el homenaje a Syd Barrett. La interpretación de ‘Wish You Were Here’, acompañada de recuerdos personales y una proyección de fotos de Barrett y Waters, fue un recordatorio de la efímera naturaleza de la vida. Este segmento del concierto no solo honró la memoria de Barrett, sino que también enfatizó la habilidad de Waters para conectar emocionalmente con su audiencia.
La tormenta que se desató con furia fue un participante activo, un compañero sinfónico en esta orquestación de resistencia y arte. Los truenos se entrelazaban con las líneas de bajo, los relámpagos iluminaban el escenario en un juego de luces natural, añadiendo una dimensión dramática y poderosa al espectáculo. Este fenómeno meteorológico, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en un elemento que realzó la magnitud del evento, creando un espectáculo que trascendía lo terrenal.
La decisión de continuar el espectáculo, fue un acto de resistencia artística. No obstante, la lluvia que comenzó a azotar cada vez con más rabia, obligó a la irrupción temporal del show.
Pasada una hora, la lluvia que fue cediendo, dio paso a la continuación del espectáculo. Y el aspecto político del concierto, fue ineludible. Waters utilizó su plataforma para denunciar las acciones de gobiernos bélicos, especialmente en Oriente Medio. Esta postura, aunque controvertida, demostró su compromiso inquebrantable con sus convicciones. Las proyecciones visuales que acompañaron las canciones amplificaron este mensaje, aunque en algunos momentos, la intensidad de las imágenes pudo resultar abrumadora para algunos espectadores.
El sonido fue excepcional, con cada instrumento resonando con claridad incluso en medio de la tormenta. Las interpretaciones de clásicos como “Money”, “Us and Them” y “Sheep” fueron puntos altos, mostrando la habilidad de Waters para mantener la relevancia de estas obras a lo largo de los años.
Culminó con un despliegue visual impresionante y una segunda interpretación de ‘The Bar’, dejando al público sumido en reflexión y gratitud.