Simona – La noche oscura del alma

Simona: la noche oscura del alma

Por momentos, La noche oscura del alma parece más una bitácora de supervivencia que un segundo álbum. Simona, con apenas 21 años, deja atrás la frescura de su debut para sumergirse en aguas más densas. Ya no se trata de florecer: ahora el terreno está sembrado de incertidumbre, ansiedad, trauma, y sin embargo—también de luz. Un disco que no ofrece conclusiones ni moralejas, pero sí una mirada cruda, sin maquillaje, sobre la salud mental en la juventud contemporánea.

La joven uruguaya no se esconde detrás de producciones exuberantes ni de letras crípticas. Va al hueso. Con una voz que no pretende impresionar, sino confesar, Simona se posiciona en un terreno incómodo pero necesario: ese en el que la belleza y la fragilidad no están en conflicto, sino que se sostienen mutuamente.

Canciones que no piden permiso

El disco arranca con Altar, una suerte de invocación tranquila que nos invita a un ritual de despojo. Minimalista y jazzeada, la canción plantea de entrada que aquí no se va a correr detrás del hit, sino a caminar hacia adentro. Le sigue Jazmín, un homenaje a la amistad entre mujeres que se resiste al lugar común. Lejos de los clichés sororos que copan Instagram, Simona propone una narrativa íntima, construída sobre versos de Lía Shenk, guitarras folk y una calidez que recuerda a las reuniones de madrugada entre amigas que entienden todo sin decir nada.

Candombe Raro es, como su nombre lo indica, una criatura híbrida. No busca autenticidad étnica ni réplicas de carnaval: es un candombe contaminado de reggae, jazz y pop que se asume bastardo y eso lo hace potente. Es también uno de los momentos musicales más logrados del disco, con una trompeta de Alejandro Piccone (La Vela Puerca) que parece flotar sobre el groove como si se resistiera a asentarse del todo.

Febrero, en cambio, es un puñal. Ahí la artista pisa el terreno más incómodo: la idea de la muerte como posibilidad, como descanso, como borde. Pero lo hace con una honestidad brutal, sin morbo ni dramatismo. No hay épica en esa desesperación. Solo la voz de alguien que miró al abismo y volvió, no porque quiso, sino porque pudo.

En Conviviente el foco se posa sobre la ansiedad, esa enfermedad silenciosa que marca a toda una generación. No hay soluciones ni autoayuda disfrazada: lo que hay es un reconocimiento brutal del cuerpo como campo de batalla. “Es mi maestra y mi tirana”, canta, y en esa ambivalencia se juega gran parte del valor de este trabajo: no hay héroes, no hay villanos, solo una convivencia constante con nuestras sombras.

Hacia el final del disco, las dos partes de Mi niña cambian el tono. No se trata ya de exorcizar lo oscuro, sino de sostener lo luminoso que aún queda en medio del caos. Las canciones funcionan como un cuento dividido en dos actos: la infancia como recuerdo y como refugio, pero también como deuda. Hay ternura, pero no nostalgia complaciente. La niña no es solo una imagen melancólica: es una figura exigente, que pide coherencia entre el deseo de ayer y la vida de hoy.

El cierre es un recitado que funciona como síntesis y epílogo. Más que una canción, es una declaración de principios: la creación como forma de sanación, la poesía como escudo, y el arte como vehículo para salir del infierno sin negarlo.

Cómo se produjo “La noche oscura del alma

Esteban Demelas, productor del disco y viejo aliado de Simona, entendió algo clave: que estas canciones no necesitaban ser adornadas, sino respetadas. La grabación, según cuenta la propia artista, fue casi ceremonial. Tomaron su tiempo, dejaron espacio para la respiración, para el silencio. En un momento donde todo en la industria apura, La noche oscura del alma elige la pausa como estética y como ética.

La participación de figuras como Pedro Dalton no se siente como un golpe de efecto, sino como una prolongación natural de esa lógica colectiva, en la que la voz de Simona no se impone, sino que se entreteje con las de otros.

Este no es un disco cómodo. No fue pensado para levantar el algoritmo ni llenar festivales. Y sin embargo, ahí radica su fuerza. Simona le da forma sonora a un estado mental que muchas personas jóvenes conocen pero pocos se animan a nombrar. No busca iluminar el túnel, sino legitimar el tránsito por la oscuridad. Suena a Buenos Muchachos, a Mateo, sí, pero también suena a ella. A una artista que todavía está buscando, pero que ya aprendió que la búsqueda también es una forma de llegar.

En un panorama donde abundan los discursos fabricados y los personajes de cartón, La noche oscura del alma ofrece otra cosa: una voz que no pretende decirlo todo, pero que no se calla nada.