Milo J, en pleno ascenso, no se retira del juego, pero sí baja el telón de una etapa que lo catapultó a la primera línea de la escena urbana argentina. Y lo hace a lo grande: dos fechas en el Movistar Arena (4 y 5 de junio) para saldar una deuda con su público y despedirse del universo 166, ese territorio lírico y sonoro que lo acompañó durante el último tramo de su metamorfosis artística.
Desde su irrupción con apenas 17 años, Milo se instaló en los márgenes del trap con una sensibilidad poco común en un género que suele premiar la arrogancia más que la introspección. 166 (Deluxe) Retirada no es simplemente una reedición ampliada, sino el cierre de un diario íntimo que muchos hicieron propio. Lo que en otros artistas sería un simple disco de transición, en Milo funciona como rito de paso. Por eso el Movistar Arena será el cierre de una etapa, una ceremonia de clausura que mira hacia adelante.
Luego del frustrado show gratuito en la ex ESMA (cuya cancelación encendió debates sobre censura, arte y memoria en un contexto político tenso), el artista eligió reconfigurar el momento y devolverle el encuentro al público que lo esperaba. El Movistar Arena no reemplaza a la ex ESMA en términos simbólicos, pero sí repara la herida: será un acto de presencia, un ajuste de cuentas poético entre artista y audiencia.
El título del show lo dice todo: Retirada. No como huída, sino como movimiento táctico. Milo no se va, reorganiza sus fuerzas. Y lo hace en su punto más alto. Nueve nominaciones en los Premios Gardel 2025 lo ubican en una posición envidiable: Álbum del Año, Mejor Álbum Urbano, Canción del Año por “3 pecados después”, Mejor Álbum en Vivo, Mejor Videoclip Largo, entre otras. El reconocimiento institucional, que para algunos llega tarde o nunca, a Milo lo encuentra joven, lúcido, y todavía en el vértice de su primera curva creativa.
Pero si los premios marcan el aplauso de la industria, los sold outs internacionales ratifican su conexión con la calle. Milo no solo agotó entradas en Buenos Aires: Lima, Bogotá, Santiago de Chile y Montevideo también se rindieron ante su propuesta. Barcelona y Madrid fueron testigos del mismo fenómeno, como si la lengua del suburbio del Conurbano bonaerense encontrara eco en otras periferias del mundo hispano.
En escena, Milo no es grandilocuente. No juega a ser el mesías de una generación, pero tampoco se disfraza de underdog. Su fuerza está en otra parte: en las letras que mezclan ternura y rabia, en la producción que respira trap pero no teme al pop ni al rock, en una autenticidad que incomoda a quienes aún esperan que la música urbana solo hable de excesos.