Hay bandas que nunca se van del todo. Pueden ausentarse de los escenarios, silenciar los amplificadores, tomar distancia de los flashes… pero no desaparecen. Se convierten en parte del tejido emocional de una época, se filtran en las sobremesas, en los fogones, en los auriculares de quienes crecieron con sus letras tatuadas en la memoria. Los Piojos son una de esas bandas. Y el próximo 14 de junio volverán al estadio Mâs Monumental como quien vuelve al barrio después de una larga gira: con el corazón cargado y la energía de siempre.
Esta no es una vuelta cualquiera. Es (literalmente) la vuelta al lugar donde dijeron adiós hace quince años. Es cerrar el círculo. O reabrirlo, porque lo de Los Piojos nunca fue una línea recta. Su historia siempre estuvo marcada por los zigzags: del under a la masividad, del rock callejero al mestizaje sin culpa, de las letras viscerales a los estadios colmados. Y ahora, en una escena donde la nostalgia vende y los reencuentros abundan, ellos se plantan con algo distinto: no un simulacro, sino una fiesta auténtica. Una despedida, sí, pero con espíritu de ritual.
La banda ya dejó claro que su regreso no es una anécdota. En diciembre de 2024 agotaron siete funciones en La Plata, sacudieron el Cosquín Rock, desataron un torbellino emocional en Tecnópolis, y llenaron cada rincón donde pisaron. Rosario, Mendoza, el Parque de la Ciudad. Todo lleno. Todo coreado. Todo transpirado. Porque si algo tienen los fans piojosos es que no olvidan, no se enfrían, no bajan los brazos. Y ahora tienen una nueva parada: River, el viejo coloso que fue testigo de sus noches más gloriosas.
Las entradas estarán disponibles desde el 14 de mayo en preventa exclusiva para clientes Santander American Express, y al día siguiente para el resto del mundo. Todo a través de All Access. Se espera un estadio colmado, no por moda, sino por memoria. Por gratitud. Por emoción.
El anuncio no fue menor. Un video casero con los músicos y sus hijos, recorriendo la ciudad, recordando canciones, dejando mensajes en las paredes y en las miradas. Porque si algo distingue a Los Piojos de tantos otros que fueron y vinieron es su capacidad de habitar el presente sin disfrazarse de lo que fueron. Siguen sonando igual, pero no igual. Siguen siendo los mismos, pero no idénticos. Y eso, lejos de restar, suma.
No hay que hacer demasiada arqueología para entender por qué Los Piojos marcaron una época. Supieron meter candombe en el pogo, poesía en el rock barrial, murga en la melancolía. Se les notaba la calle, pero también la lectura. No se arrodillaban ante los géneros, los usaban. Y cuando llegó la masividad, no cambiaron de idioma. Simplemente lo gritaron más fuerte.
Quizás la respuesta esté, como tantas veces, en sus propias letras. “Te diré que el final se parece al comienzo”. Ciro lo escribió hace más de dos décadas. Hoy suena como una profecía autocumplida. La energía sigue ahí. Las canciones también. Lo que cambia es la conciencia del momento. Esta vez no hay promesas de más adelante, no hay gira interminable. Hay una fecha. Un lugar. Una cita.
¿Es esta la última vez? Tal vez. ¿Importa? No tanto. Porque hay cosas que no terminan nunca, aunque terminen. Y Los Piojos, con su mezcla de calle, poesía, tambor y sudor, ya son parte del ADN emocional de varias generaciones.