La Aplanadora del Rock: Divididos y el Rito de la Permanencia

divididos en montevideo

El redoblante no resistió. A mitad del show, cuando Catriel Ciavarella ya había molido la primera piel con la ferocidad metronómica que caracteriza a La Aplanadora del Rock, el parche cedió como una bandera blanca en territorio enemigo. Pero aquí no hubo tregua: en segundos, un nuevo tambor ocupó su lugar, y la máquina siguió triturando la noche montevideana del 8 de agosto en la carpa de SITIO. Ese detalle (aparentemente menor) contenía toda la filosofía de Divididos: cuando algo se rompe, se reemplaza y se continúa. No hay pausa para la melancolía.

Treinta y cinco años después de su fundación, Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Ciavarella han perfeccionado el arte de la pervivencia. Mientras otras bandas de su generación se refugian en el museo de sus propios clásicos, Divididos practica algo más complejo: el presente continuo. No celebran su pasado; lo habitan.

La setlist de la noche fue una masterclass de esta filosofía. Entre “Sobrio a las piñas / ¿Quién se tomó todo el vino?”, esa síntesis perfecta entre cuarteto cordobés y distorsión porteña; y el cierre con “Nextweek” de Sumo, se desplegó un mapa sonoro que funcionaba como arqueología del rock argentino, pero tamizada por la urgencia del ahora. Cada cover (La Pesada, Pappo, Hendrix, Sumo) fue apropiación, como si la tradición fuera materia prima maleable en manos de artesanos que conocen su oficio.

Bajo la lona hexagonal de SITIO, se estableció una geometría particular del poder sonoro. Mollo en el vértice frontal, con esa sonrisa que parece dirigirse simultáneamente a cada uno de los presentes y a nadie en particular. Arnedo, columna vertebral, construyendo desde el bajo esas líneas que sostienen, como cimientos invisibles de una catedral acústica. Y Ciavarella, el más joven del trío, transformando la batería en un yunque donde se forjan los ritmos que definen una generación.

Para dar inicio al set acústico, Ricardo Mollo tomó el micrófono con esa sonrisa que precede a las revelaciones. “Laura Canoura me invitó hace tiempo a cantar ‘Puntos cardinales'”, anunció, mientras la cantautora uruguaya emergía desde el lateral del escenario. “Hoy, en su tierra, pudimos invitarla para tocarla con ella”. Canoura, con su presencia serena pero magnética, se posicionó junto a Mollo mientras Juan Pablo Chapital desplegaba los primeros acordes en guitarra limpia. “¡Gracias Laura! Y gracias Juan Pablo Chapital, gran guitarrista uruguayo”, completó Mollo antes de que comenzara la magia.

La canción encontró en Divididos un nuevo lenguaje, y esta noche retornaba a su origen enriquecida por el viaje. Juan Pablo Chapital a la guitarra completó un momento que funcionó como puente entre tradiciones, sin que ninguna perdiera su identidad.

Divididos en SITIO

Hay algo profundamente teatral en el modo en que Divididos administra la intensidad emocional. Es arquitectura. Cuando ejecutaron el segmento acústico, no buscaban el contraste por el contraste sino la creación de un valle dinámico que amplificara el impacto de lo que vendría después. “Sisters”, “Par mil”, “El burrito”. Cada pieza funcionaba como engranaje de una maquinaria mayor, diseñada para producir catarsis colectiva.

En SITIO no hubo audiencia; hubo cómplices. La diferencia es crucial. Una audiencia recibe; los cómplices participan de algo que los excede y los incluye simultáneamente. Cuando sonaron los primeros acordes de “Sábado”, la carpa se transformó en un espacio donde las biografías individuales se suspendían temporalmente para dar paso a una biografía colectiva.

Divididos entiende algo que muchas bandas han olvidado: el rock es ocupación territorial. Su sonido no acompaña; conquista. Hubo momentos de desequilibrio perfecto: cuando Mollo forzó la voz más allá de su registro cómodo, cuando Arnedo atacó el bajo como si fuera un adversario personal, cuando Ciavarella generó polirritmos que parecían al borde del colapso pero nunca cedían.

Cuando la carpa de SITIO recuperó su condición de simple estructura arquitectónica, quedó flotando una sensación difícil de nombrar. La confirmación de que ciertas bandas trascienden la música para convertirse en instituciones culturales. Divididos administró un ritual de pertenencia colectiva.

La Aplanadora del Rock sigue aplastando, pero ya no aplasta resistencias: aplasta fronteras, expectativas, la distancia entre lo que fue y lo que puede ser. Todo se rompe, todo se repone, todo continúa. La música, como la vida, es el arte de seguir cuando las cosas se rompen.

Divididos en SITIO