La música es una de las artes más populares y en Uruguay, el departamento de Canelones ha impulsado un ciclo de festivales gratuitos llamado “Canelones Suena Bien”.
El sábado, alrededor de 20 mil personas se reunieron en el mismo lugar donde ayer, tocaron Julieta Rada y Jaime Roos. Al día siguiente, la convocatoria no fue menor.
Cuando la tardecita asomaba, Julieta Rada fue la encargada de musicalizar la puesta del sol. Con una carrera que ya lleva más de una década, Rada subió al escenario pisando fuerte, mientras el vientito soplaba con intensidad.
Los que desde temprano estaban esperando que habilitaran la entrada, ya habían colocado sus sillas playeras en el campo. Mientras Julieta Rada se despachaba con sus últimas canciones, entre mates y tortas fritas, se aguardaba uno de los espectáculos más esperados del ciclo.
Nada más ni nada menos que Jaime Roos. Uno de los artistas más influyentes de la música uruguaya.
El cierre con Jaime Roos
Ya entrada la noche, y acompañado por una veintena de músicos, guitarra en mano, salió Jaime Roos. Lo acompañan Martín Ibarburu (batería), Nicolás Ibarburu (guitarra), Gustavo Montemurro (teclados y acordeón) y Freddy Zurdo Bessio (coro murguero y solista), entre otros.
Bajo la hechicería de los acordes del teclado, cortesía de Montemurro, la velada comenzó con “Amor Profundo”, esa joya musical forjada por la pluma de Mandrake Wolf, que se erigió como un clásico inolvidable cuando Jaime la reinventó en Contraseña (2000). Esta noche, sin embargo, adquirió una nueva dimensión.
La magia se desató en apenas unos compases. Jaime, el protagonista de esta narrativa musical, correspondió con gratitud a la efusión de la audiencia, lanzando sonrisas cómplices mientras agradecimientos al entregado público.
La velada desplegó sus alas al compás de los clásicos, guiada por una seguidilla inolvidable: “Brindis por Pierrot”, “Adiós juventud”, “Colombina” y por supuesto “Durazno y Convención”. Cada acorde cosechó ovaciones que reverberaban en el predio, confirmando que la espera había valido la pena.
En Canelones, la música de Jaime Ross no solo sonó bien, sino que trajo una marea de recuerdos de épocas doradas. Fue una noche donde la poesía musical de Ross se convirtió en un faro brillante dejando huella imborrable en el lienzo sonoro de la memoria colectiva.