Gloria Trevi y “El Vuelo”: un disco que despega sin dejar de mirar al suelo

Gloria Trevi el vuelo

Después de más de tres décadas sobre los escenarios, Gloria Trevi vuelve con “El Vuelo”, un álbum que marca su debut discográfico como artista independiente. Pero más allá del titular fácil, lo cierto es que este trabajo funciona más como una recopilación de momentos sonoros que como una obra cohesionada. Y eso no necesariamente es malo. Ni extraordinario.

Trevi, quien coescribe cada uno de los temas, parece utilizar este disco como una especie de laboratorio estilístico. No hay una narrativa conceptual clara, pero sí una intención palpable de experimentar sin comprometer del todo su identidad pop. El resultado es un disco ecléctico, irregular en intensidad, pero no carente de interés.

El álbum abre con “Para querer como te quiero”, una cumbia de producción pulida y ritmo accesible. Es un arranque fresco, con una base rítmica que podría engañar a quien piense que Trevi se adentrará de lleno en la música regional mexicana. Pero no. Ese guiño es solo eso: un gesto. El disco rápidamente vira hacia otros estilos sin preocuparse demasiado por establecer una continuidad.

“Mentí” intenta una aproximación al pop rock más dramático, con una introducción orquestal que, si bien es ambiciosa, se diluye en una progresión armónica bastante convencional. La canción funciona mejor cuando deja de intentar ser épica y simplemente se entrega al estribillo. Hay emoción, pero se siente contenida, como si algo en la producción la mantuviera bajo control.

“Q.E.P.D.” es probablemente uno de los momentos más arriesgados del álbum, por su fusión entre mariachi tradicional y bases electrónicas mínimas inspiradas en el reggaetón. La mezcla no siempre encaja de manera orgánica, pero al menos se agradece la intención de salir del molde, incluso si no siempre lo logra del todo.

Letras que sostienen más que la música

Donde el disco realmente encuentra su fuerza es en las letras. Trevi sigue escribiendo desde ese lugar de dolor, ruptura, pérdida y (ocasional) redención que la ha caracterizado. Su voz lírica mantiene esa cualidad entre la vulnerabilidad y el arrebato, y en varios temas se percibe una honestidad que atraviesa la sobreproducción.

“Para siempre triste”, la única colaboración del álbum (con Mónica Naranjo), destaca no tanto por el dueto en sí —que funciona, sin volar— sino porque saca a relucir una Trevi más contenida, casi nostálgica. La canción es una balada oscura, casi teatral, donde ambas voces se funden en una atmósfera melancólica que por momentos recuerda a los duetos de los 90. No es un highlight explosivo, pero sí un buen ejemplo del tono general del disco: una artista que prefiere mostrarse rota antes que grandiosa.

Aunque el álbum juega con distintos géneros y estructuras, la producción tiende a un sonido seguro, calculado. No hay tracks realmente crudos ni giros inesperados. Todo suena como debe sonar dentro del pop latino contemporáneo: limpio, brillante, medido. A veces, incluso demasiado.

El uso de bases electrónicas discretas, arreglos de cuerdas y estructuras de verso-estribillo-estribillo-estribillo refuerzan la sensación de un disco que quiere ser muchas cosas, pero sin despeinarse demasiado. Y eso, para un álbum que se titula El Vuelo, puede ser una contradicción. Vuela, sí, pero a baja altura. Con cinturón de seguridad puesto.