Ed Sheeran parece decidido a cerrar una puerta para abrir otra. Luego de años trazando su discografía como una ecuación matemática —literalmente— con discos titulados como símbolos de suma, resta, multiplicación y división, el pelirrojo de Halifax se despide de su fórmula y nos lanza Play, su nuevo álbum anunciado para el 12 de septiembre, con un segundo adelanto bajo el brazo: Old Phone.
El track es todo lo que el título promete, y no mucho más. Un regreso sentimental mediado por la tecnología: Sheeran enciende un celular viejo y se encuentra con mensajes congelados en el tiempo, como si revisara las sobras de una identidad anterior. Hay una ex, hay un amigo perdido, hay una familia ausente. Lo que sigue es un paseo melancólico por las calles bien pavimentadas de su universo sonoro: acústicas suaves, progresiones familiares, una producción pulcra (a cargo de Blake Slatkin y Ilya Salmanzadeh) y ese tono confesional que siempre suena íntimo, aunque uno sospeche que fue grabado con vistas al estadio de Wembley.
Old Phone es efectiva, sí. Pero también es segura. Es un Sheeran que se permite mirar al pasado sin incomodarse, que museifica sus propios fantasmas sin dejar que lo desordenen. No hay disonancia, no hay bordes afilados. El resultado es un track que conmueve más por inercia que por riesgo.
Un nuevo Sheeran, con el mismo Sheeran adentro
Play, según sus propias palabras, es el primer álbum “post-oscuridad” tras un período personal difícil. La intención, dice, era hacer música lúdica, brillante, incluso delirante. Y, de hecho, suena a que se divirtió grabándolo. Hay pasajes influenciados por sonidos indios y persas, producciones móviles que se desplazan por estudios globales, folk sessions en pubs reconstruidos para la ocasión, y un Ed más relajado, cantando con sombreros vaqueros rosas en bares que no tienen idea de lo que está por ocurrir.
Pero, ¿cuánto de eso se filtra en la música más allá del decorado? Hasta ahora, con Azizam y Old Phone, la respuesta parece ser: apenas lo suficiente. El eclecticismo geográfico del que habla no ha logrado desplazar el núcleo pop-folk que lo sostiene desde sus inicios. Es un artista que se mueve, pero que rara vez se desarma. Y eso, para lo bueno y lo malo, es parte del encanto y del límite.
Hay algo reconfortante en la manera en que Sheeran construye su obra. No necesita reinventarse para seguir vigente, porque ya encontró una voz reconocible que sabe cómo modular. Y eso, en un ecosistema pop plagado de reinvenciones forzadas, tiene su mérito. Pero también su precio.
Porque cuando el arte se vuelve demasiado cómodo, corre el riesgo de volverse decorativo. Play promete ser una colección de emociones en loop, un carrusel de baladas suaves y euforias medidas que no desafían, sino que acompañan. Es Sheeran siendo Sheeran, incluso cuando dice que está siendo alguien nuevo.
Old Phone es, en el fondo, una canción sobre lo que persiste: recuerdos guardados, vínculos que no se borran, versiones de uno mismo que no se apagan del todo. Es un tema sobre ese eco emocional que persiste incluso cuando uno ha cambiado de número, de disco, o de etapa. Y en ese sentido, hay una honestidad innegable en la propuesta.