Billie Eilish en el último festival Rock en Seine, 23 de agosto de 2023 LP/Frédéric Dugit
Billie Eilish decidió parar el reloj en el Accor Arena de París. Y lo hizo con un cover de “Michelle”, esa pequeña joya de Rubber Soul que parece más una confesión que una canción. En pleno corazón de su gira Hit Me Hard and Soft, la artista trajo a The Beatles al presente sin pedir permiso ni pedir perdón. Un riesgo calculado. O una trampa elegante.
La versión no fue rupturista ni transformadora, y eso, en este caso, juega a favor. No hubo reinvención ni desgarro. Solo Billie y una banda reducida, susurrando sobre el hilo fino de una guitarra limpia y una sección vocal tenue que sostenía el aire. A contramano del maximalismo pop actual (del que, dicho sea de paso, ella misma es parcialmente responsable), la cantante desnudó el tema sin imponerle una identidad ajena. No fue “Michelle” a lo Billie Eilish. Fue Billie prestando su voz para volverla a cantar.
En escena, el gesto pareció más un momento de recogimiento que un homenaje. No hubo menciones. No hubo introducción. Solo esa cadencia francesa que aparece en el estribillo (“ma belle” resonando en el país que la vio nacer) como si el idioma devolviera su propio reflejo. Fue un capricho que no necesitó justificación, pero que encontró complicidad en el contexto: una gira europea, una noche parisina, un tema que la propia Eilish había citado antes como favorito.
El problema del buen gusto
No todo es mérito. La elección de “Michelle” es segura hasta el exceso. Es un tema bello, breve, casi diseñado para no fallar. Eilish no eligió “Tomorrow Never Knows” ni “I Am the Walrus”. Eligió el tema amable, el que podría cantarse en una gala benéfica sin incomodar a nadie. Y eso también dice algo. No tanto sobre ella, sino sobre el lugar que ocupan los Beatles hoy: piezas de museo que pueden sacarse y lucirse cuando conviene, sin riesgo de sacrilegio.
La ejecución fue correcta, contenida, casi demasiado pulcra. Billie sabe modular su voz como pocas en su generación, pero en este caso optó por la sutileza sin despegar del todo. El resultado: una versión emocionalmente eficaz. Algo parecido a una acuarela: preciosa mientras dura, pero que se desvanece al primer roce de memoria.