Una canción que nació en la efervescencia de un vivo de Instagram, y que llega al mundo como una postal nostálgica de algo que tal vez nunca fue. “Ramen Para Dos” junta por primera vez en un estudio a María Becerra y Paulo Londra, pero lo que podría haber sido un statement de época termina flotando en una zona ambigua entre el hype y la introspección.
El punto de partida tiene algo de cuento moderno: una improvisación viral, un fanbase clamando por el dúo, y dos artistas que (según sus propias palabras) “se lo debían”. Pero la deuda saldada no necesariamente deja intereses emocionales. La canción, que transita entre el R&B y un trap casi diluido, opta por un tono contenido, crudo, sin ornamentos ni estridencias. Esa decisión estilística, aunque coherente con el mood del tema, puede también leerse como una jugada conservadora en dos artistas acostumbrados a pisar fuerte.
Becerra abre con una línea que parece escrita en la servilleta de un bar a las cuatro de la mañana: “Sigo pidiendo ramen para dos, pongo audios viejos para escuchar tu voz”. Es un lamento posmoderno, cotidiano, que busca empatía en su simpleza. Y funciona, en parte. Pero el terreno musical sobre el que camina carece de la tensión necesaria para sostener el desgarro que pretende. El beat, minimalista hasta el borde de lo ausente, se vuelve una cama demasiado tibia para una letra que intenta ser desgarradora.
La entrada de Paulo Londra (casi como un espectro más del pasado que se evoca) no rompe el hechizo, pero tampoco lo intensifica. No hay contrapeso ni fricción; hay acompañamiento. Él no es antagonista, ni redentor: es parte del espejismo, del recuerdo que se repite y se distorsiona como un loop emocional sin resolución.
El videoclip, dirigido por Diego Peskins, amplifica el relato melancólico con una estética caótica y doméstica. María camina por la casa, por la vida, como quien convive con una presencia que no responde. El recurso del “fantasma” emocional está bien resuelto visualmente, aunque no aporta un matiz nuevo: acompaña sin cuestionar, como el tema mismo.
El resultado final deja una sensación extraña, casi como el sabor de un ramen recalentado. Tiene todos los ingredientes para emocionarnos (dos artistas con peso, una historia sentimental, una estética cuidada), pero algo en el ensamblaje no termina de cuajar. Falta riesgo. Falta un momento que rompa el molde, que incomode, que eleve la canción más allá del terreno de lo “lindo”.
“Ramen Para Dos” no es un mal tema, pero tampoco es un gran tema. No innova, no deslumbra, pero acompaña. Y quizá ese sea su verdadero valor: una canción para los días en que no se busca respuestas, sino compañía en el desorden emocional.