No es fácil bajarse del tren cuando el tren avanza a toda velocidad. Ca7riel y Paco Amoroso, ese tándem explosivo que hace unos años pateó la puerta del under porteño a fuerza de beats salvajes y letras que oscilaban entre la burla y la confesión, parecen haberse asomado (aunque sea por un segundo) al abismo que separa la fama de la identidad.
Papota, el EP que da título a su nueva gira y que los trae de regreso a Montevideo con su show más ambicioso hasta la fecha (nada menos que el Antel Arena), es una rareza dentro del universo sonoro del dúo. Y no porque falte energía, sarcasmo o ritmo. Lo extraño acá es el repliegue. La sensación de que, por debajo del espectáculo y la producción millonaria del cortometraje que lo acompaña, hay una inquietud más difícil de escupir al micrófono: ¿qué pasa cuando el personaje se come al artista?
El proyecto, filmado en Montevideo bajo la dirección de Martín Piroyansky —una elección nada inocente, sabiendo que el director entiende de sátiras con carga emocional—, dramatiza la experiencia de la hiperexposición tras su actuación en el Tiny Desk de NPR, una vitrina que les abrió las puertas del mainstream global. Y como suele pasar con esos saltos de alcance mundial, lo que sigue no es necesariamente crecimiento, sino vértigo.
🗓️ Fecha: 25 de septiembre, 21hs
📍 Lugar: Antel Arena
🎫 Entradas: Abitab
Sobre Papota
En lo musical, Papota se divide en dos mitades bien marcadas. La primera: cuatro canciones originales que juegan con el síndrome del impostor y la fatiga postviral, envueltas en una producción que roza lo cinematográfico. La segunda mitad, más documental que discográfica, es la grabación de la sesión en Tiny Desk, ofrecida como espejo de ese momento bisagra. Es un recurso inteligente, pero también un poco tramposo: se siente como si no hubieran sabido cómo cerrar la historia y hubieran optado por mostrar “la prueba del delito”.
Los tracks originales oscilan entre la ironía y la angustia, sin decidirse nunca del todo por una de las dos. Eso, que podría leerse como ambigüedad emocional, también puede interpretarse como falta de definición estética. Hay momentos brillantes (una línea que corta como navaja, un beat que pega justo donde tiene que pegar), pero también tramos en los que la densidad del concepto termina pesando más que la música en sí.