Hay shows que se anuncian y otros que se intuyen. Los de Divididos suelen pertenecer a esa segunda categoría. Algo en el aire empieza a cambiar, como una vibración sorda bajo el asfalto. Y cuando finalmente se confirma la fecha, el cuerpo ya está preparado para resistir (o rendirse) ante el golpe frontal del rock.
Este 8 de agosto, el trío que se ganó a pulso el apodo de “La Aplanadora del Rock” aterriza en Montevideo, y lo hace en un momento particular: no están celebrando un aniversario redondo, ni presentando un disco nuevo. Están, simplemente, en uno de los momentos más sólidos y multitudinarios de su historia.
Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella no necesitan presentación. A esta altura, su presencia en un escenario implica una ceremonia de reafirmación: del poder del vivo, de la crudeza como virtud, de la música sin maquillaje. Y Montevideoes un reencuentro con una ciudad que, si bien los ve con menos frecuencia que Buenos Aires, siempre los recibe con una devoción casi tribal.
La cita será el jueves 8 de agosto en SITIO, el nuevo pulmón musical del Velódromo de Montevideo. Un espacio al aire libre que se perfila como el escenario perfecto para el despliegue de distorsión, groove y poesía telúrica que Divididos ejecuta con precisión quirúrgica y alma de fogón. Las entradas ya están disponibles a través de Red Tickets.
Sin discografía nueva, pero con pólvora en las venas
Lo interesante de este tour —que también los llevará por España y Chile— es que no necesita excusas. No hay disco nuevo, pero sí una colección de canciones que siguen creciendo en cuerpo con cada versión en vivo. El repertorio, como siempre, será un viaje por las distintas edades del grupo: desde la furia adolescente de 40 dibujos ahí en el piso hasta los momentos más densos y eléctricos de La era de la boludez, sin dejar de lado esos cruces con el folklore que hace rato dejaron de ser rarezas para convertirse en firma autoral.
Y sí, va a haber pogos. Pero también silencios cargados de atención cuando Mollo se incline hacia la guitarra criolla. Porque eso es lo que permite Divididos: un tránsito libre entre lo feroz y lo íntimo, entre el machetazo y la caricia.
Podrían relajarse, vivir de la gloria ganada, surfear la ola del revival como tantos otros. Pero no: Divididos sigue tocando como si cada show fuera el último. Basta ver los números —45 mil personas en Vélez, 90 mil en seis fechas en el Movistar Arena, 30 mil en el estadio de Argentinos— para entender que el presente no es una excusa, sino una declaración de principios.
Y más allá de las cifras, lo que impacta es la transversalidad del público. En cada recital se ve el fenómeno de generaciones cruzadas: adolescentes que llegaron por sus padres, padres que aún hacen mosh, y adultos que, en algún punto, descubren que no dejaron de ser jóvenes, sólo que ahora pagan la entrada con tarjeta Santander.