Leo García nunca fue de los que repiten fórmulas. Si alguna vez hubo un manual de cómo hacer pop en Argentina, él le dibujó grafitis y lo dejó olvidado en algún camarín. Con “Madrid, Madrid”, su nuevo sencillo, nos lanza a un viaje de ida hacia la capital española, pero no en clase turista, sino sentado en el vagón de un tren que transita por la nostalgia, el asombro y ese romanticismo a la antigua que todavía le queda bien.
La canción arranca con una melodía que no se apura. Se despliega con calma, como quien recorre el barrio de Malasaña un domingo a la tarde, sin apuro ni GPS. Hay un groove que coquetea con lo retro pero que no cae en el cliché, sostenido por una producción que sabe cuándo lucirse y cuándo hacerse invisible. Leo canta con la voz quebrada justo donde debe: sin sobreactuar, sin disfraz.
La letra no necesita metáforas complicadas para ser poética. Madrid no aparece como postal turística, sino como escenario íntimo: un teatro donde se cruzan miradas, callejones con historia, cafés que guardan secretos. Hay una sensibilidad trovadoresca que por momentos recuerda a Serrat, pero con el pulso urbano y sintetizado de García. Es como si la bohemia de los años ‘70 hubiera hecho match con la electrónica del siglo XXI.
¿El resultado? Un híbrido que no pretende gustar a todos, y ahí está su belleza. Leo no canta para llenar estadios, canta para quienes aún creen que una canción puede contener una ciudad entera.
Los arreglos juegan un rol clave: guitarras suaves y una percusión que no distrae pero marca el paso. Todo parece dispuesto para que la voz y la historia brillen. Y lo hacen. Porque “Madrid, Madrid” es una carta de amor escrita en clave pop, con tinta de melancolía y papel reciclado de vivencias.
A sus más de tres décadas en la música, García no necesita demostrar nada. Pero cada vez que saca un tema como este, lo hace igual. Porque sigue creyendo en la canción como un acto de fe. Y eso, en estos tiempos de playlists desechables, es casi revolucionario.