En su nuevo EP, ‘Yamael, la ambición’, Acru se permite jugar con la teatralidad y explorar la cara B de la industria: el poder, el ego y la tentación de la ambición. Desde Buenos Aires, recién vuelto de su gira por Latinoamérica, el artista reflexiona sobre su búsqueda constante por seguir aprendiendo, y por no repetirse nunca.
Facundo “Acru” Lamas atiende la llamada desde su casa en Buenos Aires, después de girar por Centroamérica y Colombia. Está tranquilo, todavía con la adrenalina en la piel. “Fue una locura ver gente en lugares donde nunca había tocado, cantando mis letras como si fuéramos del mismo barrio”, dice, con esa mezcla de asombro y gratitud que no suena ensayada. “Parece que la distancia no existe, que todos entendemos el mismo código”.
Ese código (el de la autenticidad, pero también el de la búsqueda) es lo que sostiene la carrera de Acru. A sus 27 años, el artista se mueve entre escenarios internacionales y estudios de grabación con colegas de primera línea. Pero si algo no cambió, es su necesidad de seguir probándose. ‘Yamael, la ambición’, su nuevo material discográfico, no solo amplía su universo sonoro: también lo enfrenta a su propio reflejo.
Empecé a crear un personaje: el ángel caído, alguien lumínico corrompido por la ambición, por la competición, por la industria.
Así describe Acru la génesis del proyecto, con la calma de quien lleva tiempo masticando una idea antes de soltarla. Yamael (nombre que inventó a partir de una figura angelical que decidió deformar) funciona como un espejo distorsionado de sí mismo. “Me puse a pensar: ¿y si hago un material que sea lo que yo no podría decir?”, cuenta. El resultado es un testimonio oscuro, introspectivo y teatral donde la voz del artista se multiplica: susurra, grita, encarna, duda.
Trabajar con el productor Luigi Navarro fue clave en esa transformación. “Me empujó mucho a animarme. Este proyecto me sirvió de prototipo para cosas con las que quiero ir más a fondo”, admite. Y se nota: hay algo de performance, de exploración casi actoral, en cómo Acru se desdobla en los temas. “Nunca había jugado tanto con la voz. En este disco hay varios yo, por así decirlo”.
Pero el disco no se queda en el experimento personal. Es también, una conversación colectiva. Participan figuras como Duki, Neo Pistea e Ysy A, cada uno convocado para encarnar su propio demonio. “Les dije: Dale espacio a tu ambición, a tu ego, a tu locura. Y todos lo entendieron enseguida”, recuerda. Lo que podría haber sido un capricho ególatra terminó siendo un ejercicio de vulnerabilidad compartida.
Creo que todos dejaron algo único. Algunos hicieron cosas que no venían haciendo. Mimaron su participación, y eso me emociona.
Esa colaboración horizontal, casi fraterna, marca una diferencia en una escena donde los featurings suelen ser moneda de cambio. Acru lo dice sin grandilocuencia, pero con convicción: ‘Yamael, la ambición’ nació del diálogo. “Con muchos ya nos conocíamos, nos habíamos cruzado en shows o en la vida, pero nunca habíamos hecho música juntos. Fue todo muy genuino. Se dio cuando se tenía que dar”.
La metáfora del ángel caído atraviesa todo el proyecto, pero más que un gesto místico, es una excusa para hablar del ego. “La ambición tiene algo hermoso y algo peligroso”, dice. “Este disco fue mi forma de mirarla de frente, de ver hasta qué punto me corrompe o me impulsa”. Lo dice como quien se ríe de sus propias contradicciones, sin intentar disimularlas.
Acru sabe que su público lo asocia a una idea de “rap consciente”, pero no parece cómodo con las etiquetas. Prefiere pensar su obra como una sucesión de etapas. “Desde hace un tiempo me propuse crear cápsulas, álbumes con su propio sonido. Que alguien pueda decir: Me gusta este Acru, pero no este otro. Y está bien. También me doy la libertad de seguir buscando”.
En esa búsqueda, la comparación con Spinetta no le queda grande. Él mismo la trae a la charla: “Spinetta tuvo mil etapas. Hablando con mi viejo dijimos: cuántos Spinetta hay en Spinetta. Si él se permitió eso, ¿por qué no me lo voy a permitir yo?”.
‘Yamael, la ambición’ se vuelve así un ejercicio de multiplicación: de sonidos, de personalidades, de límites que se desdibujan. Acru lo define como “una viga nueva” en su historia, una base sobre la que podrá construir lo que venga. Y aunque lo diga con humildad, se le escapa una certeza: sabe que está en un momento bisagra.
La gira actual confirma esa sensación. En sus shows mezcla canciones de hace una década con las más recientes, como si necesitara recordarse que todas las versiones de sí mismo siguen vivas. “Me gusta eso de tocar temas de diferentes eras. Es como presentar distintos platos de colores”, dice, y se ríe. “Al final, Acru no es un disco, es algo móvil”.
El tiempo y las vivencias hacen que uno relea sus propias canciones. Las resignificás, las abrazás distinto.
En esa misma búsqueda vital, Acru se prepara para volver a cruzar el Río de la Plata. “Uruguay siempre nos trató con tanto amor, con una energía muy especial. Hay una calidez que no se olvida”, dice. En pocos días presentará ‘Yamael, la ambición’ en Montevideo, y lo vive como un reencuentro más que como un show: “Es un honor poder ir a disfrutar con ustedes una vez más. Cada vez que toco ahí me llevo algo que me enriquece”.
Esa gratitud, más que cualquier discurso, resume su presente: Acru ya no busca demostrar, sino encontrarse. Yamael es el terreno donde se permite caer, mirar el barro y volver a levantarse… un poco más sabio, un poco más libre.
**Foto: Gentileza Prensa ACRU
**Entrevista realizada por Martina Cernuschi en exclusiva para Soho Música (30 de octubre de 2025).
 
                     
                    
 
                 
                 
                 
                







